Neuroplasticidad: cómo cambia tu cerebro todos los días
En clase de
neuropsicología, una frase se nos quedó grabada: “el cerebro cambia, siempre”. Lo dijo la profesora con tanta convicción que
más de uno anotó esas palabras en mayúscula. No era solo una idea bonita, era
el punto de partida de uno de los conceptos más poderosos y esperanzadores que
hemos aprendido: la neuroplasticidad. Y no, no es un término reservado
para los neurocientíficos de bata blanca. Todos deberíamos conocerlo y entender
que no somos estructuras fijas, sino cerebros en construcción constante.
¿Qué es la
neuroplasticidad?
La neuroplasticidad es
la capacidad del cerebro para reorganizarse, formar nuevas conexiones
neuronales y fortalecer circuitos ya existentes, en respuesta a la experiencia,
el aprendizaje o incluso al daño cerebral. Durante décadas, la ciencia creía
que el cerebro solo podía cambiar durante la infancia. Después de cierta edad,
se pensaba que el desarrollo se detenía y que los adultos quedaban “bloqueados”
en sus formas de pensar, sentir y actuar. Pero gracias a avances en
neurociencia y observaciones clínicas, hoy sabemos que el cerebro puede
cambiar durante toda la vida, incluso en la vejez.
Mientras estudiaba
para un parcial de la materia, encontré una frase del neurólogo Donald Hebb que
decía: “Las neuronas que se activan juntas, se conectan entre sí”. Esa
simple idea explica gran parte del fenómeno: cuanto más usamos un circuito
neuronal, más fuerte se vuelve. Así como los músculos se desarrollan con el
ejercicio, las rutas neuronales también se fortalecen con la práctica.
En ese momento entendí por qué repetir una conducta, incluso si no es
saludable, puede volverla casi automática... pero también por qué es posible
deshacer ese patrón.
¿Cómo ocurre la
neuroplasticidad?
La neuroplasticidad
puede activarse de muchas formas. Cuando aprendemos algo nuevo, como un idioma,
un instrumento musical o una habilidad práctica, el cerebro establece nuevas
conexiones sinápticas. Repetir una conducta muchas veces también fortalece ciertas
rutas, convirtiéndola en un hábito difícil de romper, para bien o para mal.
Después de una lesión cerebral, como un accidente cerebrovascular (ACV), otras
regiones del cerebro pueden asumir funciones que antes estaban asignadas a la
zona dañada, lo cual permite procesos de rehabilitación sorprendentes.
En clase vimos un
video sobre pacientes que, después de un ACV, volvían a caminar o hablar tras
meses de terapia intensiva. Muchos de nosotros nos quedamos impactados. En ese
momento comprendimos que la plasticidad cerebral no era solo un concepto teórico,
sino una realidad tangible con implicaciones enormes. También entendimos por
qué la terapia psicológica tiene efectos reales en el cerebro.
Intervenciones como la meditación, el mindfulness, o técnicas
cognitivo-conductuales, no solo ayudan a pensar diferente: modifican
activamente la estructura cerebral en áreas relacionadas con el autocontrol, la
atención o el procesamiento emocional.
Ejemplos que lo
demuestran
Un ejemplo clásico: si
dejas de usar una mano durante semanas —como cuando alguien se fractura un
brazo— el cerebro reduce la actividad en el área que controla ese movimiento.
Cuando vuelves a usarla, esa región se reactiva. O si practicas meditación de forma
regular, estudios han demostrado que aumentan las conexiones en la corteza
prefrontal, asociada al control de impulsos y regulación emocional. También
vimos casos en clase donde niños con dificultades de aprendizaje lograban
progresos notables después de intervenciones estructuradas, lo que sugiere que el
cerebro puede adaptarse incluso cuando no responde bien al principio.
Recuerdo una clase
práctica donde analizamos un caso clínico de un adulto con depresión crónica.
La profesora nos mostró cómo, a través de una intervención
cognitivo-conductual, no solo cambiaron sus pensamientos automáticos, sino que
también se evidenciaron cambios en su capacidad de respuesta emocional. Eso no
lo explicamos solo con psicología: también hablamos de neuroplasticidad,
porque cada nuevo pensamiento o acción repetida puede convertirse en una nueva
conexión sináptica.
¿Por qué es
importante?
Este concepto cambia
por completo la forma en que entendemos la mente humana. Nos muestra que no
estamos condenados a ser como somos hoy. Que podemos cambiar no solo
conductas o pensamientos, sino también estructuras cerebrales profundas que
sostienen esos patrones. Esto abre nuevas puertas en el tratamiento de
trastornos mentales, la rehabilitación neurológica y la educación. También es
una fuente de esperanza para personas que han vivido traumas, enfermedades o
simplemente quieren mejorar su vida.
Cuando estaba
preparando un resumen para el examen, subrayé una idea que parecía una
obviedad, pero que me dio mucha fuerza: el cambio es difícil, pero no
imposible… incluso para el cerebro. Esa es la esencia de la
neuroplasticidad.
En psicología,
¿cómo se aplica?
En terapia
psicológica, especialmente en enfoques como la terapia cognitivo-conductual, se
parte de la idea de que al cambiar nuestros pensamientos, emociones y
comportamientos, también estamos alterando los circuitos cerebrales que los
sostienen. A esto se suman herramientas como la visualización, la exposición
progresiva o los ejercicios de reestructuración cognitiva. Lo vimos en los
textos de clase, pero también en ejercicios en los que modelamos cómo cambiar
una creencia disfuncional paso a paso. Sabemos que la práctica constante de
estas técnicas puede generar nuevas rutas neuronales más adaptativas.
Incluso en el contexto
académico, cuando pasamos horas intentando memorizar conceptos o entender una
teoría difícil, estamos ejerciendo nuestra plasticidad cerebral. Así que sí,
estudiar para parciales no solo cambia nuestra nota, también cambia literalmente
nuestro cerebro.
Conclusión
La neuroplasticidad
demuestra que el cerebro está vivo, dinámico y en constante transformación.
Como estudiantes de psicología, ver cómo la ciencia se conecta con la
experiencia humana es profundamente motivador. Saber que podemos cambiar, sanar
o crecer, no solo desde lo emocional, sino desde lo neurológico, nos da otra
perspectiva sobre lo que significa ser humano. Quizá por eso esta frase de la
clase nos marcó tanto: “El cerebro cambia, siempre”. Y lo más bonito de
todo es que ese cambio también puede ser elegido y cultivado.
Por Daniel