sábado, 8 de julio de 2017

¿Es la homosexualidad una enfermedad? ¿Qué dicen los expertos?


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En clase de Psicología General nos encontramos con uno de esos debates que tanto nos gustan (o al menos a mí me gustan bastante). Un compañero alineado con la escuela conductista lanzó la afirmación de que la homosexualidad es una condición clínica que debe ser tratada bajo estricta supervisión médica. Según él, la persona homosexual es un paciente clínico en potencia y, por tanto, representa una amenaza social. Sí, así de crudo.

Pido disculpas si desde ya he tomado una posición, pero es difícil no ironizar un poco ante lo que me parece un disparate. En este aspecto, me siento más afín a las ideas del psiquiatra Robert Spitzer. Aunque existan especialistas que consideren la homosexualidad como una patología, se trata de posturas muy aisladas y sin respaldo científico sólido. No hay consenso profesional que sostenga esa visión. Como no quise discutir en clase sin fundamentos, decidí hacer una pequeña investigación y aquí les comparto lo que encontré.

Podemos comenzar con un poco de historia. Robert Spitzer, psiquiatra estadounidense y figura clave en la clasificación de enfermedades mentales, fue quien impulsó en 1973 que la Asociación Americana de Psiquiatría eliminara la homosexualidad de su manual diagnóstico DSM-II. Hasta entonces, la homosexualidad era considerada una "perturbación sociopática de la personalidad". Desde esa fecha hasta hoy han surgido voces que intentan refutar esta postura, pero sin pruebas concluyentes ni respaldo empírico fuerte. Aunque persisten corrientes conservadoras que aún sugieren la existencia de “terapias reparativas”, la comunidad científica en general rechaza su validez y efectividad, e incluso las considera dañinas.

Muchos expertos en psicología y psiquiatría, así como académicos consultados en línea y en la facultad, coinciden en que la orientación sexual no debe verse como una enfermedad, sino como una característica individual más. La diversidad sexual es comparable a otros rasgos como el color de ojos o la preferencia por determinado arte o música. Incluso la propia Organización Mundial de la Salud eliminó la homosexualidad de su lista de enfermedades mentales en 1990, reforzando la idea de que no es patológica.

En cuanto a su origen, algunos estudios señalan que puede haber componentes biológicos, genéticos o neurológicos, aunque no se ha identificado una causa única. Otros enfatizan factores ambientales y culturales, pero siempre bajo la idea de que no hay un único camino hacia la orientación sexual, y que ninguna opción representa un desorden. Como señaló la APA (Asociación Americana de Psicología), la orientación sexual emerge en la mayoría de las personas sin necesidad de intervención externa ni como resultado de una elección consciente.

Durante mi revisión también exploré el trabajo de organizaciones de defensa de los derechos LGBTI que llevan décadas atendiendo a esta población. Estas organizaciones insisten, con razones sólidas y avaladas por la experiencia clínica y social, en que la homosexualidad no es ni puede ser tratada como una enfermedad. Su lucha ha contribuido a desestigmatizar muchas falsas creencias y ha promovido el respeto a la diversidad sexual como un derecho humano.

Otro dato interesante que encontré es cómo algunas culturas antiguas entendían la sexualidad desde una perspectiva mucho más amplia y menos rígida que la nuestra. En la Antigua Grecia, por ejemplo, las relaciones entre personas del mismo sexo eran socialmente aceptadas y hasta idealizadas en ciertos contextos educativos y filosóficos. No fue hasta la consolidación de determinadas visiones religiosas y morales que la homosexualidad fue patologizada en Occidente.

También me llamó la atención el papel que juegan los medios de comunicación en este debate. Aunque han contribuido a visibilizar historias de amor homosexual de manera más empática y natural en las últimas décadas, todavía persisten estereotipos y prejuicios que refuerzan la idea de que la homosexualidad debe ser explicada, diagnosticada o corregida. Como si el hecho de amar a alguien del mismo sexo necesitara justificación.

Y ya que hablamos de psicología, también es importante destacar que muchos profesionales jóvenes, formados con enfoques más actualizados, han comenzado a trabajar con familias para ayudarles a comprender mejor la orientación sexual de sus hijos, no como un problema a resolver, sino como una parte más de su identidad. Este acompañamiento puede ser clave para evitar conflictos innecesarios y construir relaciones más sanas y empáticas dentro del núcleo familiar.

Después de esta breve investigación me siento más preparada para debatir con mi compañero. Si bien es importante mantener la apertura al diálogo, también es crucial posicionarse desde la evidencia. Negar la humanidad de alguien por su orientación no solo es científicamente inexacto, sino profundamente injusto.

¿Qué piensas tú? ¿Crees que la homosexualidad debería seguir siendo debatida como si fuese una patología? ¿O te parece que es hora de dejar atrás concepciones clínicas que han causado más daño que comprensión? Me encantaría leer tu opinión. Deja tus comentarios abajo y así me ayudas también a tener más claridad para futuras discusiones académicas.

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Hasta luego,
Yohana.


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