
Existen diversos puntos de vista acerca de la llamada “rebelión de los adolescentes”, expresados por distintos investigadores. Tal como indican Papalia y Wendkos (1998), algunos especialistas consideran que la adolescencia es una etapa particularmente agitada. Por ejemplo, Freeman (1983) sostiene que los jóvenes son más propensos a cometer delitos en comparación con otras etapas de la vida. Según sus investigaciones, la delincuencia es más frecuente durante la adolescencia que en cualquier otro momento.
En cambio, otro grupo de investigadores ha señalado que para la mayoría de los jóvenes, la adolescencia es simplemente una de las muchas transiciones vitales, y no necesariamente la más conflictiva. Bandura (1964) y Offer (1974) comparten esta postura, sosteniendo que no todos los adolescentes atraviesan una etapa rebelde ni presentan comportamientos extremos. Esta diferencia de enfoques nos muestra que la “rebeldía adolescente” no puede entenderse como una verdad absoluta, sino como un fenómeno complejo que depende del contexto y de múltiples factores individuales y sociales.
Algo interesante que también se ha investigado es la relación entre los adolescentes y su entorno. Si bien se suele pensar que los jóvenes solo escuchan a sus amigos y rechazan la autoridad de los adultos, algunos estudios contradicen esta visión simplista. De hecho, Papalia y Wendkos (1998) señalan que muchos adolescentes son más propensos a aceptar las opiniones y valores de sus padres que las de sus amigos, especialmente cuando se trata de decisiones importantes como la carrera a seguir, la elección de pareja o asuntos morales. En cambio, en aspectos más superficiales como la ropa o el estilo, sí tienden a dejarse influenciar por su grupo de pares.
Así como existen corrientes del pensamiento que no comulgan con la tesis de una “rebelión adolescente” afirmando que dicha teoría no es más que una profecía autocumplida, reforzada por los adultos, también hay investigadores que la defienden. Estos últimos suelen apoyarse en la noción de crisis de identidad, tal como lo plantea Aguirre (1974): “La crisis de identidad presenta dos caras: una individual y otra social. La primera se caracteriza por la afirmación del yo, y la segunda por la rebelión contra todo el sistema de valores de los adultos” (p. 176).
Es posible que la rebeldía adolescente sea, en parte, consecuencia de la expectativa social. Si constantemente se les dice a los jóvenes que deben ser rebeldes, es probable que, consciente o inconscientemente, adopten esa actitud como una forma de identificación o de validación de su etapa. La sociedad, al preocuparse tanto por una supuesta rebeldía, termina generando un espacio donde se espera que los adolescentes sean problemáticos. Esto puede crear una tensión innecesaria entre generaciones y reforzar los estereotipos negativos hacia los jóvenes.
Además, gran parte de la literatura psicológica y social se enfoca en los adolescentes conflictivos, pero pocas veces se visibiliza a los que transitan esta etapa sin mayores sobresaltos. Esto genera una visión distorsionada y parcial de la juventud, ignorando a quienes viven su adolescencia con madurez, responsabilidad o simplemente en silencio. Es necesario equilibrar la narrativa y entender que no todos los jóvenes viven crisis intensas ni se rebelan contra todo lo que los rodea.
Otro punto importante es que, durante la adolescencia, el joven empieza a separarse emocionalmente de sus padres para formar su propia identidad. Esta necesidad de experimentar, explorar y tomar distancia no siempre debe interpretarse como rebeldía, sino como parte del proceso normal de crecimiento. En muchas ocasiones, lo que parece una actitud desafiante es simplemente una forma de ensayo para descubrir quiénes son realmente.
En este proceso, el rol del adulto es fundamental. El orientador ideal durante esta etapa debería ser una figura comprensiva, presente, pero no invasiva. Este papel lo podrían asumir los padres, educadores o psicólogos. No se trata de imponer autoridad ni de vigilar constantemente, sino de acompañar, guiar y sostener. El padre o madre no debe convertirse en un obstáculo más para el adolescente, sino en una vía hacia el autoconocimiento y la madurez. Acompañar sin juzgar, establecer límites sin violencia, y abrir canales de comunicación sincera puede marcar una gran diferencia.
También es necesario reconocer que la adolescencia no ocurre en el vacío. El contexto cultural, económico y familiar influye fuertemente en cómo se vive esta etapa. Un joven que crece en un entorno de violencia, pobreza o desatención no experimentará la adolescencia de la misma manera que uno que vive en un ambiente más estable. Por eso, al hablar de rebeldía, hay que tener en cuenta también las condiciones externas que pueden amplificar o moderar las tensiones propias del desarrollo.
En conclusión, hablar de una “rebelión adolescente” como un fenómeno universal y automático es, como mínimo, una exageración. Para algunos será una etapa difícil; para otros, simplemente un período de cambios normales. Lo importante es no caer en generalizaciones que limiten o estigmaticen a los jóvenes. En lugar de temer a la adolescencia, deberíamos aprender a entenderla y acompañarla con empatía, paciencia y respeto.
Por Jorge
--> Twittear
la adolescencia es una etapa muy dificil y tenemos que entender a los chicos y mas aún darles confianza para que no solo nos vean como padres sino también como amigos.
ResponderEliminarsaludos
Hola, es muy cierto!
EliminarMuy interesante!
ResponderEliminarGracias! :)
EliminarMe gusto mucho tu reporte :)
ResponderEliminarHola, muchas gracias! =)
Eliminar